Relato: El objeto mágico

“Toc, toc. Toctoc toctoc toctoc…”. El eco reverberó por el interior de la enorme torre.

No sabía exactamente qué hacía ahí. No lo tenía claro del todo. Sólo sabía que necesitaba tranquilidad.

Después de lo que se tarda en ponerse en una postura cómoda estando de pie abrieron la puerta.

Había corrido al lado de sátiros huyendo de un volcán en erupción. Había salvado el mundo de una manada de tigres que querían hacerse con el control total. Había sido perseguido por pirañas por todo el desierto de Tahara…

–¿Síii? –preguntó una voz cascada en un intento de sonar dulce desde el pequeño hueco que se había abierto entre el marco y la puerta.
–¿Es ésta la Torre de Magia Primaria? –preguntó nuestro protagonista, el señor Tese.

Era un hombre larguirucho. Más un señor que un chiquillo, pero más por apariencia que por mentalidad. Carecía completamente de eso llamado apetito, así que era flaco como el palo de una escoba y una barba mal afeitada indicaba que estaba soltero.

–Síii. –Otra vez la voz parecida a la de un tiburón atragantándose.
–Soy Tese. El nuevo barredor.

Llevaba puesto un sombrero de paja y un mono de trabajo que le iba bastante grande. Tampoco tenía madre, por lo que nadie le había enseñado a atarse los zapatos.

–Síii.
–¿Puedo… puedo pasar?
–Síii.

La puerta se abrió del todo, mostrando un pequeño recibidor y, al fondo del pasillo que le seguía, una gran sala llena a rebosar de mujeres que iban y venían con prisas, pudo ir viendo mientras avanzaban.

Se encontraban en la parte de atrás de la torre. Torre que no era exactamente una torre, pues en realidad dicha edificación sólo era la esquina de una muralla que rodeaba un gran patio rectangular. Así que en realidad se encontraban en la muralla, en la esquina opuesta que la torre.

–Déjamelo a mí –oyó susurrar a alguien.

Lo siguiente que vio cuando apartó la vista del alto techo fue que la rechoncha mujer se estaba largando entre sudores y que una nueva mujer (o eso delataban sus pechos, ya que la angulosa cabeza rapada hacía difícil la especificación) estaba plantada delante de él.

–¡Muybiengusano! –vociferó, sin usar un solo espacio–. ¡Estás en la Torre de Magia Primaria! ¡Y aquí no hay lugar para las chiquilladas!
–¡Síseñora! –gritó automáticamente Tese, sin saber muy bien por qué.
–¡No me interrumpas mientras hablo!
–¡Síseñ…!
–¡Chitón! El lugar en el que estás ahora sólo lo usarás para entrar y salir, nunca te quedarás parado en el sitio más de dos minutos. ¡¿Entendido?!
–¡Síse…!
–¡¿Entonces qué haces ahí parado como un pasmarote?! ¡Sígueme! –Comenzaron a andar, pasando por las diferentes zonas de lavandería, cocina y calderas–. ¡Como bien sabrás, este es un lugar prestigioso donde para trabajar en él hay que tener unos mínimos de requisitos! ¡¿Los tienes?!
–¡Síseño…!
–¡Pues claro que no! ¡Por algo tan sencillo como que no eres mujer! ¡Aquí sólo trabajamos mujeres!
–Síseñora. Pero… a mí el puesto me lo ofreció un tal Hold…
–¡Ése es la excepción que confirma la regla! ¡El viejo Hold es el único hombre que se encuentra en la sección de limpieza y ha decidido que es un buen momento para buscar un sustituto! Ya lo intentó hace tiempo, pero nos deshicimos del candidato con rapidez.

Tese tragó saliva.

Se pararon en una de las entradas de la muralla. En el interior, el lugar había sido conquistado hacía tiempo por señores rechonchos embutidos en batas azules que se gritaban entre ellos.

El interior era gigantesco comparado con lo que se veía desde fuera. En la parte exterior, sólo se veía una alta torre con una muralla pero, desde dentro, se podían admirar gigantescas habitaciones llenas de mesas, extraños símbolos en el suelo y, sobre todo, magos.

Después de dar una vuelta por el pasillo que conectaba las habitaciones salieron al patio. Allí les esperaba un señor durmiendo apoyado en un palo de escoba.

–¡Señor Hold! ¡Que sea usted un senil no significa que pueda hacerse el holgazán acompañado de su escoba!
–Tranquila, señorita Fleet, cof, cof –dijo el anciano sin abrir los ojos.
–Le tengo dicho que es “señora”, no “señorita”. Como sea –continuó, respirando hondo–, le he traído a su nuevo ayudante. Se le ve muy capaz de hacer nada de provecho y parece ser un hombre deshecho y torcido.
–¡Oh! Bienvenido, señor Tese. –contraatacó él en un susurro, mientras se acomodaba en su mano.
–¡Hold! ¡Hágase cargo de él! ¡Ya! –gritó la mujer, haciendo que el anciano se pusiera firme.
–¡Muy bien, pequeño saltamontes! –dijo Hold con un repentino retortijón de energía, cogiendo a Tese del brazo y agarrando su escoba para alejarlos de la sulfurada mujer.
–Señor, tengo casi tantos años como usted… –intentó replicarle, pero le calló con una rápida colleja detrás de la oreja.
–¡Qué casi, si estás en la flor de la vida! ¡Cof, cof!

Hold le siguió hablando mientras recorrían el interior de las murallas, parándose en los jardines primero…

–Mira, aquí es donde pasarás parte de tu tiempo. Cof, cof. Los árboles que ves aquí son atacados frecuentemente por olas de magia, por lo que no es extraño que en un momento tengan un millón de hojas y al momento siguiente todas ellas estén desperdigadas por el suelo. ¡Cof, cof!

… hasta la zona de combate para acabar, que estaba vacía en esos momentos.

–¿Y para qué se necesita aquí una zona de entrenamiento? ¿Los magos luchan? –preguntó Tese.
–Oh, no no no. Pero, dado que está fuera de sus posibilidades, les gusta ver a otros chicos fornidos y sudorosos. Cof, cof.
–Entiendo… –En realidad se había formado una imagen mental muy extraña.
–Pero, ¡en fin! ¡Mira qué hora es! Será mejor que te vayas a la cama.
–Pero aún no he cenado… –No puso ninguna otra objeción, se encontraba bastante cansado.
–Bueno, tienes permiso para picotear algo en las cocinas. ¡Pero tampoco te pases! –Y, como si se hubiera olvidado, dijo–. Cof, cof.



Era pronto, pero no tanto como para decir que era primera hora de la madrugada. Quizá era segunda hora.

Hold le había despertado dándole cucharazos a una olla de metal, lo cual le tuvo que parecer más divertido que hacerlo con un simple zarandeo.

Le llevó a dar una vuelta por todo el lugar, aprovechando que tan pronto nadie se preocuparía por ellos.

–¡Fíjate! Esto lo hice yo. Sólo tienes que mirar por este agujerito.

Tese le hizo caso, inclinando la espalda para ponerse a la altura del pequeño agujero que había en la pared de piedra.

Se apartó horrorizado.

–¡Son… son mujeres! –exclamó, con los ojos como platos.
–Sep. –El anciano se puso las manos en las caderas–. Descubrí dónde estaban los vestuarios de las mujeres, cof, cof y conseguí, yo solo –acentuó–, hacer este agujero sin que nadie se diese cuenta.

Tese lo seguía mirando horrorizado.

–¡Pero eso viola íntima intimidad de las señoritas que depositan su confianza en nuestro comportamiento no patriarcadado!
–Para empezar, esa palabra no existe, cof, cof –contestó, mirando por el agujerito–. Y, para seguir, no violamos nada si ellas no lo saben. Pero –siguió, incorporándose–, si tanto te preocupa eso, cof, cof, voy a enseñarte otra cosa que seguramente te gustará más.

Y así lo llevó a lo alto de la Torre de los Magos donde, después de subir el último escalón, giraron por una esquina para encontrarse cara a cara con una puerta que ocupaba toda una pared.

–Esto, cof, es la Habitación Prohibida. –Algo en su tono de voz puso las mayúsculas en el nombre.
–¿Y por qué se llama así?
–Porque está, cof, prohibida. ¡Tolai! –Le dio una torta detrás de la oreja–. Dentro se halla un objeto que, de caer en las, cof, manos equivocadas, podría acabar con el fin de la existencia misma

Segundos después, Tese estaba huyendo por la puerta principal.

–¡Esp… cof, cof…! ¡Espera! –le gritó Hold desde la misma puerta, haciendo bocina con las manos.



Tese volvió a regañadientes media hora después.
–¿Y bien? –le preguntó Fleet al abrirle la puerta.
–Me he perdido. He tenido que volver –le contestó el hombre, haciendo una mueca con la boca.
–Pero si desde aquí se ve la ciudad, cara de gusano –le replicó la mujer.
–Aaah, señor Tese. Cof, cof –dijo un alegre Hold en el jardín–. ¿Ya ha vuelto?
–No, llego en cinco minutos. –se rebeló.
–¿Entonces no le ha gustado la Habitación Prohibida?
–Sólo le diré una cosa. –Se enfadó Tese–. He huido de tormentas en la ciudad de Eeeh y me han perseguido chicas por todo el Bosque Atlántico. No pienso custodiar ningún objeto mágico de incalculable valor y menos aún bajo el pretexto de estar barriendo la sala en donde se encuentra.
–Eso son dos o tres cosas, pero te lo dejo pasar –fue la contestación del anciano–. Ahora, te voy a enseñar a barrer.

Los siguientes momentos los pasaron moviendo una vez la escoba de izquierda a derecha para luego dar una patada al aire. También movieron una vez la escoba de derecha a izquierda para luego hacer un tajo con el palo en el aire. Por no hablar de la vez que Hold barrió dando una voltereta en el aire.

–¿Seguro que, argh, esto es barrer? Más bien parece que estemos entrenando, argh, para pelear –dijo un exhausto Tese.
–Así es como se barre por aquí, cof, cof. No creerás que todo es una estratagema para enseñarte a luchar para proteger el mayor objeto mágico jamás creado, cof, cof, ¿no?

Así pasaron varios días, y semanas, incluso algunos meses.



Su trabajo como barredor se veía interrumpido a veces cuando una explosión en la Torre de Magia obligaba a todos a evacuar el lugar o cuando el humo de algún ungüento mágico le obligaba a estar en cama varios días.

El viejo, en cambio, parecía inmune a todo lo ajeno a su trabajo, por lo que no era extraño verle limpiando los escombros de alguna pared derruida mientras el resto de personas huían de las llamas.



Algo hizo que Tese abriera los ojos.

Era noche cerrada y se encontraba tumbado en su catre en el dormitorio de los hombres.

Se escuchaban voces a lo lejos. Pero no las voces de los magos, que se escuchaban entre explosión y explosión, sino voces que no querían ser escuchadas.

–¿Cuándo llega el momento de las violaciones? –preguntaba una voz.
–¡Calla, Bang! ¡No nos pueden descubrir!
–¡Calla, Bang! –sonaron otras tres voces a la vez.

Tese se levantó y salió al pasillo, caminando descalzo por el parqué. Siguió las voces, temiendo encontrarlas y que fueran asesinos.

Se escuchaban por los conductos de ventilación y, dado que hacían eco, tampoco le pareció extraño que tuviera que andar tanto siguiéndolas.

Anduvo sin fijarse en que entraba en la Torre de los Magos y empezaba a subir escaleras. Extrañamente, no se habían topado con ningún mago. Estuvo a punto de chocar contra los hombres en cuanto torció por la esquina de la planta superior. ¡Estaban intentando entrar en la Cámara Prohibida!

Claro que él sólo era un barredor, así que había poco que pudiera hacer. Simplemente se quedó en el sitio, escuchando cómo los maleantes hablaban.

–Estás tardando mucho, Proxi.
–Hago lo que puedo, hago lo que puedo. –contestó malhumorado otro hombre.
–Te pagamos para que resuelvas la cerradura en tiempo récord. Mi abuela la habría abierto siete veces ya.
–Dame un respiro, Conen. –Respondió aún más malhumorado el hombre.

Tese dio un respingo. ¿Conen? ¿Conen el Bárbaro? ¿Pero ése no era de los buenos?

Se escuchó un “pling”.

–¡Ya está! ¿Veis? Tampoco era para tanto.
–Enga, quita, mongol.

Los cinco entraron en la estancia, así que Tese se permitió acercarse hasta la puerta.

Nunca le habían permitido entrar en ese lugar, así que era la primera vez que veía el objeto que sostenía Conen entre las manos pero, por el brillo que despedía, parecía algo muy poderoso.

–Larguémonos –dijo el bárbaro.

Tese, cuyas piernas pensaban más rápido que su cabeza, echó a correr hacia su habitación, donde se metió bajo las sábanas, temblando.

«Debería avisar a los demás», pensaba, «Pero, ¿qué demonios? Dije que no ayudaría en nada relacionado con ese maldito objeto».

Y así, creyéndose digno de no decir nada y pensando que no quería que cambiara su relajada rutina, se volvió a dormir.



A la mañana siguiente se escuchó un agudo grito procedente de la Habitación Prohibida, más específicamente de la garganta del director Roped.

Era un hombre parecido a una peonza: completamente redondo, tan redondo que le daba un nuevo significado al concepto “flácido”. Una melena canosa intentaba sobrevivir a los primeros síntomas de la calvicie y su barba parecía recortada por alguien con el pulso de un bebé.

Pero lo que le delataba como director de la Torre de Magia era su sombrero: más grande que cualquiera del de los otros magos y con un interior mucho más grande que lo que por fuera se veía. Había gente que decía que, cuando no tenía nada que hacer, se metía dentro del sombrero, donde vivía su madre, y se tomaba un té con galletitas mientras le hacía compañía.

–¿Sí, señor? Cor, cof.
–¡Hold! Ah, veo que ya está usted aquí… –El mago intentó recomponerse–. ¡¿Puede explicarme qué es esto?!
–Esto, Director Roped, es una puerta abierta.
–Y…
–Y tendría que estar cerrada, cof, cof.
–Y no lo está porque…
–Porque, cof, cof, alguien la ha abierto para robar el objeto mágico.
–¡Creía que le habíamos puesto un candado! ¡Y tenía la pata de cabra puesta!
–Ya dije que, si cambiaba de forma, cof, cof, las cadenas no servirían para nada.
–¡Llama a todos los soldados! ¡Tenemos que recuperar el objeto!
–¿A todos? Eso nos, cof, cof, dejaría desprotegidos, director, cof, cof.
–¡A todos! –chilló el mago, con lágrimas corriéndole por las mejillas.

Esa misma mañana, los veinte soldados que formaban el escuadrón más su capitán salieron en busca del objeto mágico.

–¿Crees que volverán? –preguntó Tese, mientras barría a la vez que daba patadas al aire.
–Claro que sí, muchacof, cof. Hombre. Llevan años entrenando bajo la atenta mirada de los magos.
–Pero creía que los magos les miraban porque les gustaba ver cuerpos musculosos y sudados.
–Era una bonita mentira.



Lejos, muy lejos de allí (pero tampoco tan lejos) una criatura abrió los ojos.

Se levantó de la hierba que le hacía de cama en medio del bosque y se desperezó.

Era humano. O a eso habrían llegado varias investigaciones al respecto. Ya, si era hombre, mujer o algún ser de las profundidades del océano, sólo lo podemos dejar a la imaginación.

–Es ahora de recuperer lu que me pertenece –dijo una gravísima voz rota desde el fondo de unos ensangrentados colmillos.



–¡Y entonces le dije, jajá, “¿Te puedo violar?”! Y ella me dijo “Si es tan amable de hacerlo despacio, es que tengo la espalda mal” –decía el hombre llamado Bang.

De cinco que eran, cuatro se rieron. El que faltaba era Conen, que miraba pensativo la pelota de madera tallada que tenía en las manos.

–Se ha convertido en una daga, en un pez y en un pomo. –Iba diciendo–. Como le dé por convertirse en un barco la hemos jodido.

Estaban los cinco alrededor de una cálida hoguera en el interior de un bosque. Todos se habían comido ya sus gachas y disfrutaban de un magnífico descanso bajo la sombra de los árboles.

–Güenos días, nenes. –Retumbó una voz tras unos matorrales.
–¡¿Quién anda ahí?! –gritó Proxi, poniéndose con su juego de ganzúas delante de Conen para protegerle.

Es curioso lo que puede hacer un juego de ganzúas en las manos apropiadas. Cierto es que se pueden utilizar para abrir cerraduras, pero también pueden ser aptas para sacar ojos, enseñarle a uno su propia lengua o incluso para hacer el Movimiento Sherogan (que, dado que esto no es un libro para adultos, no se puede explicar aquí). Pero eso a nuestro amigo el hombre/mujer/monstruo-de-las-profundidades le importaba bien poco.

–Soy llo, Bin. –dijo con una aterradora sonrisa en la cara.

Por el mismo motivo que ha salido antes entre paréntesis no podemos contar cómo fue la, no pelea, si no la masacre que ocurrió en el interior de ese bosque. Sólo diremos que el siguiente hombre que fue al lugar no pudo distinguir lo que era una persona de un tocón.

–Hora, amos a ve a los majos –dijo Bin, metiéndose al bola de madera en un bolsillo.



Mientras tanto, ajeno a todo lo que pasaba en el exterior, Tese seguía practicando sus puñetazos y patadas al lado de su escoba.

–Se te ve fornido, cof, cof –señaló Hold acercándose a él.
–Sigo sin entender el porqué de esto, pero se hace entretenido. Además, así me libro de tener que hacer mis treinta minutos de caminata diaria.
–Cierto, muy cierto. Cof, cof. Ven, quiero enseñarte algo.

Le llevó a la Habitación Prohibida que, desde que robaron el objeto mágico, se encontraba abierta para todo el mundo.

–Entra, cof, entra. –Le apremió–. ¿Ves esos dibujos de la pared?

Tese asintió. En los dibujos se veía a dos personas luchando. Una era flaca y tenía el pelo alborotado, pero la otra era dos veces más grande y se le veían unos músculos tan grandes como cabezas.

A lo largo de la pared dorada se veía una secuencia de un combate que realizaban los dos enfrentados. Del flaco se podía ver perfectamente cada uno de los movimientos, pero del grandullón parecía que hubieran superpuesto varias imágenes.

Ahora que se fijaba, el flacucho se parecía bastante al propio Tese.

–Te contaré una historia –empezó Hold–. Desde hace decenios, alguien ha estado robando año tras año el objeto mágico. Este ser entre humano y bestia sólo busca una cosa: el mal en la tierra. No sabemos por qué, de dónde sale, ni qué beneficio obtiene de todo esto. ¿Alguna pregunta por ahora?
–¿Cómo puede haber robado cada año el objeto? Eso significaría que cada año lo recuperáis, ¿no?
–Si no me estuvieras interrumpiendo te hubiese contado ya esa parte –le contestó el anciano, que parecía haberse olvidado de su tos–. Cada año muero en la batalla contra el malvado, que se hace llamar Bin.
–¡Pero el objeto mágico lo robó Conen el Bárbaro! ¡Yo lo vi!
–Tampoco sabemos cómo ocurre la transacción, pero la reliquia acaba en manos del terrible Bin.
–¡Pero, si usted muere, ¿cómo es que está aquí ahora?!
–La señorita Fleet no tiene mucha idea de viajes en el tiempo, por lo que cada vez que retrocedemos en el tiempo desmiga un poco más la sábana que es el espacio-tiempo.
–¿Y qué pinto yo en todo esto?
–Tú eres, bueno… Tú eres el que tiene que luchar contra Bin.
–¡¿Qué?! ¡¿Cuántas veces he muerto contra él?!
–Oh, ninguna, ninguna. Cada año viene un candidato distinto.

Se oyeron unos pasos apresurados.

–¡Señor Hold, señor Hold! ¡Bin ya está aquí!
–¡Corre, chico! –le dijo a Tese mientras abandonaba la sala–. En cuanto yo muera, es tu turno.

El hombre se quedó quieto en la habitación, mirando a la nada. ¿De verdad se había metido en otro embrollo? No se lo podía creer. Él sólo quería tranquilidad y sosiego, ¿tan difícil era tener una vida monótona y aburrida? ¿Y qué sería lo siguiente? ¿Hijos?

Se puso firme. Si el Destino quería jugar con él de nuevo, que así fuera.

Salió al interior de las murallas, donde le esperaban unos jardines destrozados, con árboles caídos y flores pisadas.

En el centro, el que supuso que se hacía llamar Bin peleaba contra el viejo Hold, en una lucha sin igual.

En un momento del enfrentamiento, Hold cayó al suelo. Bin levantó los brazos formando un solo puño con las manos pero, antes de que aplastaran al anciano, Tese corrió hacia ellos y empujó al viejo.

El enorme puño cayó sobre Tese y lo chafó contra el suelo.

Pero, lejos de toda lógica, del polvo que se levantó apareció un hombre con la cara llena de determinación y sin un atisbo de miedo.

–Vuelve a intentarlo. –dijo Tese. Pero, antes de que al grandullón le diera tiempo a reaccionar, fue lanzado de un puñetazo a la otra punta del jardín.
–Tese… –dijo Hold, emocionado.
–Viejo, quiero que te vayas de aquí. Que saques a todos y los lleves a un lugar seguro. Yo me ocuparé de éste.

Cada contrincante corrió hacia el otro. Cuando se encontraron, nadie pudo entrever entre las flores y el polvo el puño de quién golpeaba la cara de quién ni la pierna de cuál golpeaba la entrepierna de pascual.

Al final, Tese fue el único en acabar de pie. Le arrebató el objeto mágico, que ahora tenía forma de libro y se lo entregó a Hold, que fue a ponerlo a salvo en la Habitación Prohibida.

De Bin, se encargaría la Justicia



O eso hubiese sido lo bonito. La realidad fue que Tese murió con el primer golpe, al igual que todos en la Torre de Magia. Y, siguiendo la cadena, el mundo fue conquistado por Bin.

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