Reseña viaje: Roma

¡Buenos días, truenos y centellas!
Hoy os traigo una reseña sobre mis cinco días de vacaciones en la maravillosa Roma.
¡Dentro tormenta!

Esto es una feliz pareja que un buen día deciden irse a Roma de viaje. No por nada en particular, simplemente les apetecía hacer un viaje y decidieron irse cinco días a La Ciudad Eterna.
Después de mucho tiempo teniendo a mi pareja buscando sitios que visitar y lugares en los que comer, llegó el deseado viaje. Fue una de las pocas veces en las que viajé sin niños dando por saco ni
pegando voces.

El primer día llegamos a un B&B en la Santa Maria Maggiore (un trato super guay y una distribución de habitaciones nunca vista en un hotel). Después de dejar las maletas, nos fuimos a explorar.
Empezamos cayendo en una edificación con unos jardines muy chulos y en los que había tres o cuatro gatos que se acercaban a saludar (¡ma' majos!).
Cuál fue mi alegría al descubrir en la Piazza del Popolo un museo de Leonardo Da Vinci. ¡Tenía inventos que se podían probar y manosear! Y,  aunque mi inglés no es nada del otro mundo, pude entender bastante bien los vídeos y explicaciones que te mostraban.
Después nos fuimos a la plaza de Los Juzgados, donde vimos a una mujer paseando cinco caniches, abuelas con sus nietos, parejas dándose el lote... vaya, una típica imagen italiana.

El segundo día nos despertamos temprano para ir al Galloppatoio Di Villa Borghese, un enorme parque por el que pasear. Empezamos yendo al Museo Borghese (obviamente), para después montarnos en una barca y navegar (yo como remero) por un pequeño lago.
¡También entré por primera vez en un Disney Store! Cuántas cosas más chulas, más bonitas y más... más... caras, para qué engañarnos.
Por la noche paseamos por el Coliseo, preparándonos para lo que, al día siguiente sería una larga caminata.



Llegamos al tercer día, en el que tocó madrugar de nuevo. Esta vez, para hacer un tour con Civitatis por el Vaticano y el Coliseo.
No lo diré muy alto para que no os ríais, pero toda la vida pensé que la Ciudad del Vaticano era Corse, una de las islas de la izquiera de Italia.
En fin, que me maravillé con todos los tapices, pinturas y esculturas que había por ahí, aunque tuviera que ir algo apretujado entre la multitud de gente que entraba y salía de allí (¿os podéis creer que en una visita diaria pueden caber hasta 60000 personas?), además de todas las emocionantes historias que albergaban todos y cada uno de los cuadros.
Después de comer a toda prisa un Hot Dog (sé que no estaba en América pero, oye, cuando apetece, apetece) seguimos con el tour, esta vez, en el foro romano, donde nos perdimos entre construcciones caídas, historias sobre romanos (como la del romano que asesinó a su hermano y, para cubrirse, mandó construir un arco en su honor, en plan "Le he matado pero, oh, cuánto lo echo de menos"), jardines y vistas.
Y después seguimos con el Coliseo. ¡Qué decir de cuánta historia y curiosidades guarda en su interior tan magnífica construcción! Sólo os diré una cosa: los escalones son altos y estrechos para que a la gente le cueste subirlos o bajarlos y así no vayan aprisa.
¡Venga, y una cosa más! El Coliseo se llama así en honor a una escultura de 31 metros llamada el Coloso de Nerón (mandada erigir por Nerón). Ahora atad cabos: Coloso = Coliseo.



En el cuarto día no teníamos nada planeado, pero decidimos ir a los Museos Capitolinos. Una vez nos equivocamos de entrada llegamos al puesto de tickets, pero había una cola enorme, así que decidimos ir a comer a un Lasagñam (restaurante de comida rápida de lasañas, super recomendado). Cuando volvimos ya no había nadie, así que pudimos entrar y ver todas y cada una de las esculturas (el vídeo guía dura dos horas y media, así que ya os podéis hacer una idea).
Después fuimos paseando hasta la Isola Tibelina, pero resultó ser un poco aburrida (ya véis, salir de la isla de Ibiza para entrar en otra isla aún más pequeña).



Y el último día fue el turno de... ¡el tour gastronómico! Una pasada de experiencia en la que desayunamos pizza, tiramisú, bizcocho de chocolate, croissant de mermelada con café y agua. Después comimos un supplí (una bola de arroz empanada) y, para rematar, un helado (que, por cierto, en los conos de Roma te ponen tres bolas, no dos como en Ibiza).
Y, el resto del día, a pasear y admirar la belleza de las calles.
También pasamos por la Fontana di Trevi, donde lanzamos una moneda (de cinco céntimos, ¿vale?, la crisis está presente) que, según mi pareja, significa que volveremos a andar por ahí. Yo espero no volver por esa fuente, porque estaba llenísima de gente y no podías ni dar dos pasos sin que te gritaran por haber pisado a alguien.
Para rematar nos fuimos a la Plaza de los Gatos, lugar de muerte de Julio César (exactamente murió en el lugar en el que hay un ciprés) donde, efectivamente, hay un montón de gatos.



¿Las cosas que más me han gustado?
Lo amistosos que son los gatos y el hecho de que la pizza sea crujiente.
¿Lo que no me ha gustado?
La multitud de vendedores ambulantes y lo sucia que es la ciudad.



¡Y hasta aquí la reseña de mi viaje a Roma! ¿Qué os ha parecido? ¿Qué podría mejorar? ¡Dejádme vuestras respuestas en los comentarios!

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